El naufragio del tiempo

“Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo. ” Michael Ende

¿Dónde se escondió el tiempo?

No hay tiempo para esperar el ascensor, ni usar las escaleras. No hay tiempo para decir “buen día”, ni mirar a los ojos. No hay tiempo para contemplar la luz, la calidez, ni el vacío. No hay tiempo para escuchar, ni escucharse. No hay tiempo para frenar, ni suspirar. No hay tiempo para disfrutar del tiempo. No hay tiempo para la soledad.

En el 2020 el mundo se detuvo, quedamos en una sala de espera; la incertidumbre, el aburrimiento, el miedo, la desesperanza, fueron nuestros asociados. Cedimos el control del tiempo. Fue cuestión de meses para que el mundo volviera a su ritmo habitual, voraz, inmediato y precipitado. Al final, nada cambió.
O quizás sí… y por un momento nos sentimos vulnerables. Algo quedó rondando, un recuerdo, una sombra, o al menos una sensación de que ese tiempo inmóvil estaba ahí, esperándonos.

Hace varios años que me dedico a la joyería, una tarea en la que la paciencia y la precisión son grandes aliados. Fue el oficio el que me llevó a amigarme con la pausa, la espera y la contemplación, mientras lijo, martillo, pulo, o espero que se enfríe una pieza.
Momentos en los que tal vez, no quisiéramos tomarnos el tiempo, pero él nos toma.

Abro la puerta de mi apartamento y salgo al pasillo. Mientras espero al ascensor, escucho una discusión a la distancia, observo la luz que entra por las ventanas, los reflejos en el piso recién lustrado y toco el falso mármol (mi madre me enseñó que la temperatura lo delata). Hay una decadencia encantadora.
Tomo fotografías mentales. Todo está quieto, esperando, siempre. Me fundo con el ambiente. El olor a tostada de las ocho de la mañana mezclado con un perfume empalagoso me despierta de golpe. El eco de las voces dirige mi mirada a los techos. Escucho las patas de los perros vecinos que zapatean ansiosos por salir a dar una vuelta.

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El Mástil, es una construcción art deco náutica del año 1935. Esta corriente de diseño optaba por formas aerodinámicas y se asociaba a los avances tecnológicos más veloces de la época. Hoy, este edificio que está habitado por una mezcla heterogénea de personas, quedó encallado y camuflado en la mitad de Pocitos.

Esta serie de retratos es una colección de personas, pasillos, escaleras, espacios comunes; momentos de transición en los que no estamos ni aquí ni allá, sino en un umbral, entre una cosa que se ha ido y otra que está por llegar.

La vida de este edificio acontece bajo una pátina que esconde y revela un vínculo hogar-persona, una complicidad especial. Un recorrido de diez pisos que derrite el tiempo.

El naufragio del tiempo es una invitación a detenerse, a escuchar y a mirar la luz, las expresiones, las líneas y los recorridos infinitos.



Inés Sendra

Inés Sendra es joyera y fotógrafa. En sus comienzos realiza talleres de pintura e historia del arte en el taller de Clever Lara (2011-2013). En el 2016 ingresa a la facultad de Bellas Artes y diseño de Comunicación Visual (FADU). En el 2018 funda BuG su proyecto de joyería artesanal, fusionando técnicas milenarias con diseño contemporáneo, hasta el presente. En el 2019 realiza el curso introductorio de arte contemporáneo en la fac (Fundación de arte contemporáneo) con Fernando López Lage. En el 2022 participa del Laboratorio de la mirada (Tali Kimelman y Lucia Bruce), donde se gestó El Naufragio del Tiempo. El proyecto fue seleccionado bajo la categoría fotografía emergente en los Fondos Concursables para la Cultura 2022.